El trabajo ensayístico e historiográfico del profesor Vladimir Acosta, homenajeado en la Filven 2021, se encuentra atravesado por un claro posicionamiento político que hace evidente su lugar de enunciación. Lejos de la “hybris del punto cero”, Acosta saca ventaja de su apasionada subjetividad para dotar de actualidad los procesos históricos, ofreciendo una renovada visión del presente a partir de las huellas del pasado. Más que historia, en el sentido tradicional, Acosta re-activa la memoria y, con ello, la potencia del cuerpo, la posibilidad de movilizarnos a partir de lo que somos.
Dos de sus textos sobre la colonia han sido presentados durante la Filven 2021, “Continente prodigioso” y “Salir de la Colonia”. Ambos libros parecen ser un complemento perfecto; en el primero se aborda el imaginario construido por los colonizadores en torno a los territorios de Nuestra América -categoría martiana que no se salva de la aguda crítica de Acosta-, una mirada que se concentra en los inicios de la conquista; en el segundo, Acosta se preocupa por la persistencia colonial, esto es, la vigencia de las relaciones de dependencia que, doscientos años después, aún marcan y condicionan la historia de nuestros países.
Sin establecer una relación de determinación, sin duda, aquel imaginario que describe y se ilusiona con un continente prodigioso donde las maravillas se encuentran aún por descubrir –a diferencia de la para entonces aburrida y vieja Europa-, se encuentra genealógicamente unido a lo que Acosta analiza como la dimensión cultural de la colonia, y desde la cual se hace posible pensar la colonia como una condición enraizada en nosotros, como parte de lo que nos constituye históricamente y nos dificulta ejercitar la libertad y la independencia por la que política y militarmente hemos batallado.
La idea de des-colonización, que esta semana también ha sido protagonista en las salas de Filven, salta rápidamente a nuestra mente; y si bien no forma parte del itinerario explícito de Acosta, sin duda alguna resulta necesaria para “salir de la colonia”. El profesor homenajeado nos plantea que estos temas se han manejado principalmente desde una perspectiva “elitesca”, lo cual impide la comprensión generalizada del fenómeno al cual se alude. “La única forma de que la lucha contra el coloniaje se vuelva lucha popular es simplificarla”, sentencia.
Sin embargo, tal “simplificación” no se traduce en un reduccionismo que, cual catecismo, reproduzca un conjunto de discursos vacíos de práctica. Entonces, apunta Acosta, “salir de la colonia” pasa necesariamente por llevar esta lucha a la cotidianidad, de modo que, sin decirlo, el profesor parece sugerir que no se trata de un asunto que se resuelve exclusivamente en el plano racional o de la “consciencia”, sino que se trata simultáneamente de forjar una nueva sensibilidad, capaz de encarnar y fundar nuevas prácticas.
La ausencia de esa sensibilidad post-colonial probablemente tenga sus raíces en lo que Acosta denomina como “el fracaso del Congreso de Panamá”, relacionado a su vez con la caudillesca emergencia de las “patrias chicas”, en contraposición con la “Patria Grande” de Bolívar. La insistente gestión de Estados Unidos para instalar la idea del “panamericanismo”, hace que nuestros países terminen yendo a Washington “en nombre de Bolívar”, hasta que finalmente se crea la OEA. La salida de la colonia europea significó, en la práctica, la entrada a la colonia estadounidense, de modo que se reforzaron las lógicas de dependencia previamente constituidas.
Por si fuera poco, Acosta también nos recuerda que las antiguas potencias colonizadoras no estaban dispuestas a perder toda su influencia; de hecho, explica, la nueva relación post-independencia libera de costos a Europa sin que ello signifique una pérdida total sobre sus negocios en Nuestra América. La cada vez más “fascista” idea de Iberoamérica y la noción de “América Latina” sirven para dar cuenta de la fórmula de relación planteada desde el Norte: No hay América sin España y sin Europa, de modo que el “nuevo” espacio relacional se funda en el reconocimiento de una aparente deuda que tenemos con nuestros colonizadores.
De modo que las formas de relación coloniales no sólo se reprodujeron institucionalmente, sino que empezaron a formar parte de lo que somos o, quizás sea mejor decir, a dificultar la emergencia de una identidad auténticamente nuestramericana, capaz de instituir una relación de igualdad entre los países de la región y las antiguas potencias coloniales. El reto que nos dibuja Acosta, entonces, es uno que nos obliga a vernos a nosotros mismos, a reconocer la colonialidad de nuestro ser como primer movimiento para superarla.
OL