Por Freddy Ñáñez
Las formas del fuego es una de las colecciones de Monte Ávila Editores más buscadas por los lectores acuciosos, esos que siempre están tras hallazgos, los que no dudan en tomar el riesgo por quienes llevan en su pecho, a veces con cierto orgullo, el estigma de nóveles. Al fin y al cabo de eso se trata la lectura: ir al encuentro del otro, a su descubrimiento. Da lo mismo si sobre ese otro llueve la fama o el misterio.
La anatomía del vértigo es uno de los libros que luce en ese catálogo que verá la luz en esta 18a edición de la Filven. Su autora es Karibay Velásquez, periodista y magíster en literatura latinoamericana (por la Universidad de los Andes). Su nombre no es del todo desconocido, si bien se ha destacado en el campo editorial también ha publicado en suplementos literarios ya extintos. Fue gerente de publicaciones de Monte Ávila en 2012 y hace parte del sello independiente Acirema. Pero hay más, sus primeros ensayos fueron publicados en la revista cultural Pie de Página y en la revista Casa, el órgano de difusión de la célebre institución Casa de las Américas.
En su lectura de El hombre que amaba las islas, de D. H. Lawrence, Velásquez nos anticipaba ya sus obsesiones personales frente al acontecimiento de una narración: esta novísima ensayista no va en procura de lo que la obra calla u oculta, su trabajo reside en mostrar las distintas maneras en que se nos entrega un mensaje. Velásquez toma partido por el autor, cree en ese personaje que ha jugado todas sus cartas y espera ser visto, un día, a los ojos.
Dicho de otro modo, su ensayística se enfoca en dar cuenta de lo que sucede bajo las poéticas ajenas sin salirse del espacio discursivo que la contiene como habitante. De ahí que su prosa no dibuje una tangente en relación a sus autores y temas predilectos, por el contrario, resulta un franco pasillo hacia las palabras esenciales. Conque leer, desde su lectura, podría incomodar a quien evita la trastienda del teatro. Porque hacer notar al animal que se esconde y acompañarle desde sus dudas, sus temblores, sus pausas y su respiración, parece ser el motivo central de Karibay Velásquez.
Con La Anatomía del vértigo, su libro debut, la autora quiere que escuchemos nuevamente a Clarice Lispector: ese ícono de la literatura contemporánea que se ha fijado en el afecto de muchos y de quien pareciera haberse dicho todo ya. Velásquez va más allá del estudio académico y propone acá un tono íntimo donde la experiencia de leer interrumpe brevemente los alrededores que hay en ambos lados de los libros. Si a veces sube el tono de su propia voz, lo hace para construir una caja de resonancia donde Lispector dialoga con Lispector. Esto es como poner el oído en el corazón de una mujer que, al percibir a otra diluirse en palabras, señala simplemente. Dividido en 8 parágrafos cuyos títulos son ya una síntesis que ordena su paisaje íntimo, el libro transcurre de la siguiente manera: Primer destino, Contar sin contar y Acercamiento, momentos que sirven para moderar el misterio en torno a la mujer que da vida a una autora que se consume en animar su propio ser entumecido. Mientras que los capítulos La pasión según G. H., El verbo Lispector, Nunca nada es nada, La marca de la carencia y —el cual da título al libro— La anatomía del vértigo, resultan en una inmersión súbita en la obra de Clarice que nos aporta claves interpretativas sin salirse nunca de las fronteras de esa voz:
Hay un evento natural que desajusta el suelo. Una de las causas es la excavación que vuelve el terreno inestable y desencadena la caída de rocas provocando el derrumbe. Acaso sea este mismo fenómeno el que provoca la escritura. La palabra nace siempre en conflicto con la existencia cuando se socava en lo profundo, y en ese sentido decir no es otra cosa que el desplome que deja al descubierto los restos de erosiones previas en nuestra propia formación calcárea. El cataclismo nos sucede.
Y más adelante:
Hemos dicho que escribir es asistir al derrumbe, y nos preguntamos después de recorrer con Clarice cada una de las estaciones del viacrucis, por qué tras todos los intentos de evitar deslizamientos y estudiar las rutas alternativas de evacuación ante dicho fenómeno, nos hundimos, con la autora, ante el primer y definitivo movimiento que anuncia la catástrofe. Quizás como ella, también leemos para apurar la propia tragedia. Hemos de suponer que para Lispector escribir era un desbordamiento continuo, la salida del perímetro, y entonces su voz —que nos desequilibra y convoca a seguirla— resulta inconmensurable.
En su desarrollo narrativo, Velásquez apelará a un juego de planos que van desde el detalle de una semblanza periodística hasta las abstracciones alegóricas más subjetivas, respetando siempre la distancia, el velo, las fronteras que la propia Lispector demarca en cada cita. Aunque el abordaje privilegia la novela La Pasión según G. H., abundan las citas de cartas, diarios y otros cuentos que se articulan para modular la afirmación del alter ego G. H.
Por cierto, el modo en que Velásquez fragmenta a Lispector es una prueba de vida: estamos frente a dos autoras que parecieran saber todo la una de la otra. Para dibujar este acercamienco, que es también una caída en el otro, Velásquez se hace acompañar de una presencia casi fantasmal: Sören Kierkegaard. La reminiscencia filosófica está presente en todo el libro, por lo que no resulta extraño que a la mitad del ensayo se permita la conseja de un pensador de este tenor. Sin embargo, la tésis del existencialista danés viene a reforzar el gesto filopoético de Velásquez, una manera de decir que no ganará con ello terreno la intempestiva lógica. Al final dejamos, y sentimos que nos deja a la vez, una prosa breve y embellecida por un tejido lírico muy propio de la autora con la cual no pretende tapar el temblor que la obsesiona —en este caso las vacilaciones lispectorianas— sino contagiarnos de su pathos. La anatomía del vértigo es pues un ensayo literario en su sentido radical, al punto de ser también literatura en puro estado de gestación.