18.ª Feria Internacional
del Libro de Venezuela

del 10 al 20 de noviembre

Apuntes sobre El reino de los sauces, de Ana María Oviedo Palomares

Por Eduardo Viloria Daboín

I

Antes de hablar sobre el libro que presentamos hoy, quiero comenzar por decir un par de cosas sobre la poesía de Ana María en general. Y para eso me sirvo de un grande, Roberto Juarroz, y de una metáfora suya con la que definió su hacer poético: la metáfora de la verticalidad. Porque la poesía de Ana María no es horizontal. Es vertical. No es como un río en el que el lector va siendo llevado por una corriente y se encuentra con un meandro y después con un rápido y más allá con una cascada. No transcurre a lo largo del tiempo sino hacia adentro de tiempo. No es poesía ni de la hipnosis ni del ensueño, ni del arrullo o ni de la estridencia. No. Es poesía de la médula, del hueso, del corazón del sentido y la emoción puestos así palpitando sin ropaje, sin cáscara ni máscara, en la página. El destello del poema en la poesía de Ana María se forja como de golpe, concentrado, como grieta o eclosión, ascendiendo o descendiendo, pulpa sin más, entregada al lector en el brote mismo, sin antes ni después.

Hay otro tipo de poesía que forja su decir por acumulación, por transcurso, por agregación de rumor sobre rumor, música sobre música, arista sobre arista, pétalo sobre pétalo, hoja sobre hoja. La poesía de Ana María no. La poesía de Ana María se forja más bien por decantación y combustión, por estallido, pero un estallido que no deja una dispersión regada de fragmentos por ahí sino una médula resplandeciente y sólida. Eso es lo que uno se va encontrando página a página en los libros de Ana María.

Entonces, ante una poesía así, es muy difícil no quedarse callado y deslumbrado. Decir algo después de su impacto es muy complicado. Y lo es más en el caso de un libro como este, plagado de una poesía exacta, densa, esculpida, bellísima y durísima a la vez. Entonces uno se queda callado y hace silencio para que las palabras de esa poesía queden allí palpitando, resonando, y crezca adentro una palabra nueva, fecundada por la poesía, para que pueda haber diálogo. Y cuando es así, entonces uno no habla de un libro, sino con un libro. Quiero compartir aquí con ustedes los apuntes de ese diálogo.

II

Este libro de Ana María Oviedo Palomares es un viaje descarnado hacia adentro del costado más horrendo de lo humano: la guerra, la destrucción total de lo heredado y fundado, el despojo, el asesinato del presente y del futuro. A ese difícil lugar nos lleva Ana María y su poesía en estas páginas.

El epígrafe lo advierte de entrada:

bajo el látigo

y la violencia de las cadenas

un millón de pájaros

sobre las ramas de mi corazón

inventan el himno combatiente

Pero fíjense en esto, que es algo que marca a fondo todo el libro: aún en medio de la violencia y la opresión, el corazón sostiene la libertad y la belleza, le da sitio y cobijo al vuelo que alimenta el canto digno del combate:

un millón de pájaros

sobre las ramas de mi corazón

inventan el himno combatiente

A medida que se avanza en las páginas de este libro, poema a poema, uno va siendo deslumbrado por hallazgos verbales, poéticos, de increíble belleza. Se trata entonces de poesía de combate sembrada de joyas verbales y musicales. Al horror y a la violencia extremas se le opone así la palabra, la memoria, la belleza, casi como el único refugio que le va quedando al ser humano cuando se lo despoja de todo y todo lo suyo y su tierra misma desaparecen materialmente.

Nakba se titula la primera parte del libro, que significa catástrofe, desastre, y es el término con el que se nombra al desplazamiento del pueblo palestino. Jaimas se titula la segunda parte del libro, y jaima es el nombre de las tiendas que usan los nómadas árabes del norte de África, lo cual es una alusión directa al pueblo saharaui, y es también, en el libro, metáfora del refugio en medio de la errancia, metáfora de la fundación permanente de la propia morada cada vez en sitio nuevo o incluso en el aire, en el vacío, o en la palabra, en la memoria, en la poesía.

El libro va de frente y directo a decirle al lector en qué terreno se está situando al abrir sus páginas y adentrarse en ellas. Y ese terreno no es el de cualquier guerra ni de la guerra en general, sino de una muy específica: la que se libra para el exterminio, el despojo y la esclavitud, la que lo arrasa todo, esa a la que occidente ha sometido durante décadas al pueblo palestino, y en general a los pueblos árabes musulmanes, como el saharaui, el yemení o el somalí.

III

La sorpresa y el asombro no dan tregua en todo el libro, y comienzan a golpear al lector desde la misma primera página.

Ana María abre este libro llevando de la mano un sol en forma de infancia para comenzar a transitar su camino adentro de la noche, para emprender su viaje hacia adentro de ese territorio doloroso que se ha propuesto transitar: un lugar arduo, una noche en que las cosas, los seres, han perdido su cualidad de moverse siguiendo y rastreando la luz y su calidez, es decir, un territorio en el que pareciera que la mirada solo puede reconocer a la tiniebla y al frío.

El asombro es este: para plantarle cara al horror Ana María se equipa, a modo de bastimento y escudo, con la inocencia y la ternura. Esto dice. Escuchen:

Tomé tu mano y te llevé

a recorrer la senda

                         de los girasoles

Era tarde, noche de luna nueva y alta.

Pero los girasoles estaban ciegos

y no supieron inclinarse

                         ante ninguna tibieza.

Y entramos entonces en el dominio total de la tragedia, de la muerte, de la desolación, del dolor, un sitio en el que no se encuentra lugar para la ternura, un lugar en que

desaparecieron las flores

un pétalo es un lujo de la imaginación.

desaparecieron los pájaros

y desparecieron porque se murieron todos atragantados por el polvo de la destrucción causada por las bombas.

A este paisaje del espanto nos lleva Ana María, un lugar donde

No hay refugio posible

El enemigo llenó nuestra tierra de truenos amargos,

Sin olor a humedad, sin lluvia,

Puro ruido y resplandores nocturnos

Entonces allí, justo allí, se planta la poesía y canta, entrega su palabra ante la dignidad de quien lucha, resiste y combate:

Aquí hay poco espacio para la ternura

y sin embargo mis palabras se doblan

como grandes racimos de frutas,

cuando pasa el muchachito de 13 años, el que

lleno de fuerza y rabia

dispara un obús.

Ya no tiene miedo, la primera vez gritaba sin parar,

como para aturdir con furia su alma mínima.

Hasta ayer su padre le

besaba cada día en las dos mejillas y le esperaba

a la salida de la escuela.

Ahora ya no le espera más,

aunque a veces vuelva

desconocido y descarnado.

Y cierra ese poema disparando una piedra de orgullo y dignidad, un desafío, como esa

piedra recogida en una calle del infierno

a la que se refiere Ana María en otro poema.

He aquí la piedra lanzada a la cara del invasor:

El enemigo comienza a tener pesadillas,

se multiplica pero

no para de caer

y todavía cree

que puede ganar esta guerra.

III

Un asunto que cruza todo el libro es el despojo de la tierra, la expulsión del sitio del origen y de la vida:

Del otro lado

quedaron las montañas del jaguar,

las míticas panteras,

las cabras y

gacelas.

Nuestros niños las miran en la web,

como algo que no existe.

Otro poema dice:

Aquí están mis ángeles,

los mutilados a los que no basta el paraíso.

Querían tierra. No la prometida:

la de jugar al sol.

Y otro:

Afuera está ahora

la guerra

que pronto se llevará

la ventana,

y no habrá,

siquiera para el gato

un lugar

desde donde mirar.

Vivir es mirar, percibir, y sin percepción no hay vida. Nos deja sin aliento Ana María al decirnos así tan bellamente que la vida no es, no puede ser, sin sitio para desplegarse, y que es esa la realidad de aquellas guerras: no deja tierra ni territorio y sin eso no tiene la vida donde afirmarse y ser.

IV

Otro tema, que también atraviesa todas las páginas del libro, es la presencia total, avasallante, omnipresente, de la muerte.

En el libro vamos adentrándonos a una tierra calada por completo por la muerte, tanta y de tal forma, que no es posible nombrarla, abarcarla por completo ni con palabras ni con estelas o monumentos ni de ninguna manera.

¿Quién podría conocer todos los nombres?

¿Quién hará un monumento funerario?

¿En qué lugar dejará flores un ángel?

¿A qué lugar huir

si a todas partes

y desde todas partes

un sollozo pequeño,

como una bala, crece,

y ya no se acaba nunca?

Entonces llega el momento en que el poema no tiene más remedio que cantar la muerte de la vida misma, llorarla, más bien. Y allí aparece la magnífica metáfora del perfume, del aroma, como esa forma en que lo ausente, lo que ya no está y no se ve sigue permaneciendo, aunque invisible. Entonces, para nombrar lo que no está toca olerlo. Un olor, el silencio y el miedo es lo que queda cuando lo que ha muerto es la vida misma:

En el aire permanece el perfume de

las flores que llevaba en el pelo,

sobre el miedo,

cuando todo pasa

y el mundo en desorden

hace silencio por la vida,

quemada

hasta el hueso y la ceniza.

El olor, lo no visible, el recuerdo, la memoria, quedan, permanecen, persisten. De allí entonces una de las aristas poderosas que va adquiriendo esta particular forma de poesía combatiente: atesorar, contener la memoria de lo perdido o destruido, para que así pueda quedarse, volver, persistir, porque hasta la tierra misma ha sido despojada. Ese sedimento verbal termina siendo una forma también de libertad:

En las tardes de viento a favor,

tal vez,

un fugaz olor a salitre

traspasa los muros,

corroe alambres.

V

Ante el arrase de todo, cuando la vida pasa a transcurrir en lo yermo total, el paso del tiempo va forjando una memoria alimentada solo de lo que conoce, de lo que ve y respira y vive, que en este caso es casi la nada. Entonces, en la palabra que surge allí, en el lenguaje que surge de esa memoria despojada, vaciada y saqueada, ciertos vocablos no dicen nada, porque no remiten a nada conocido. Entonces la poesía asume otra tarea, la de preguntar por eso desconocido, por eso que suena hueco, sin carne. Así, de repente el poema grita su interrogante desamparada:

Dime cómo es la paz,

los árboles que crecen hasta dar sus frutos.

Dime cómo es el cielo limpio,

cómo es mirar las

estrellas que no estallan,

las estrellas que no tienen

seis puntas

llenas de sangre.  

Para aquel cuya mirada ha crecido en medio de la muerte y de las bombas, de la destrucción, hay cosas desconocidas: el cielo limpio, los árboles que no mueren antes de dar frutos, las luces en el cielo que no son bombas.

VI

Hacia las últimas páginas de este poemario recibimos el deslumbre de un verso que parece contener todo el libro, su imagen total:

un árbol que llora flores

Ese verso, condensa incluso toda una poética: la de la poesía de combate que canta el dolor y la tragedia y es llanto, pero reluciente siempre de la más fina y depurada belleza: amor y gozo nacidos de la muerte:

Y he aprendido a decir amor

En mil lenguas muertas

Pero no solo el amor y la belleza, sino también la dignidad. Poesía de la dignidad que denuncia en sí misma y por sí sola el crimen, lo atroz cometido por el enemigo:

Una muñeca que flota en el mar

es una fácil metáfora de la muerte.

Los huesos caen y caen

hasta el fondo,

los huesos pesados de las niñas que

no pudieron sostener más

a la

muñeca.

VII

Finalmente, casi en la última página, porque no hay en Ana María ingenuidad ni idealismos, y no puede haberlos, menos aún después de transitar la escritura de este libre terrible. Aparece entonces en Ana María el desconsuelo, la desesperación por la inutilidad material del poema, y para decirlo recurre al ruego de un pastor somalí a la poesía.

Y es muy fuerte esto, porque como me decía ella en estos días intercambiando sobre uno de los versos que más me impactó, los somalíes son un pueblo de poetas naturales, no escriben, es una diaria oralidad deslumbrante. El verso era este:

vengo de un pueblo de canciones altas

y sonoras palabras,

y hoy soy una oración hueca

en medio de la guerra

Pero cerremos con aquel ruego que el pastor somalí sin cabras hace a la poesía:

Sírveme de consuelo.

Consuélame, te digo.

Antes llenabas todos los vacíos,

la vida era un canto que no llegamos a escribir.

Consuélame.

Si no para qué viniste,

            agazapada que saltas desde mi exaltación.

Para qué si tú no puedes nada.

Cada palabra es una pérdida.

Milagro inútil.

Consuélame.

Consuélame.

Mario Sanoja Obediente

Caracas, 1934 – 2022

Doctor en Antropología por la Universidad Central de Venezuela, licenciado en Etnología por la Universidad de La Sorbona, París. Colaborador científico del Smithsonian Institution en 1967. Investigador y docente. Fue profesor de posgrado en varias universidades venezolanas. Individuo de Número de la Academia Nacional de la Historia de Venezuela. Miembro del Comité Redactor de la Historia Científica y Cultural de la Humanidad de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco).Fue profesor invitado de la Escuela Nacional de Antropología de México, de la Universidad Nacional de Costa Rica, de la Universidad del Norte, Barranquilla, Colombia; de la Universidad de Copenhagen, Dinamarca, de la Universidad Autónoma de Barcelona. Conferencista Invitado en varias oportunidades por el gobierno de Rusia en diversas instituciones académicas y culturales de ese país. Mario Sanoja es considerado un teórico del Socialismo Bolivariano, proyecto que concibió unido irrestrictamente a la práctica revolucionaria.  Fue precursor de la arqueología marxista en Venezuela, y de la arqueología social Latinoamericana. Recibió la Orden José María Vargas, al Mérito Académico en primera y segunda clase; la Orden Nacional del Mérito al Trabajo en su primera clase.  Recibió en 2004 y 2006 el Premio Nacional de Cultura, Mención Humanidades. En 2018  le fue otorgado el Premio Nacional de Historia y en 2019 fue designado Cronista de la Ciudad de Caracas. Alcaldía de Caracas-Cámara Municipal del Municipio Libertador. Autor de más de 70 libros entre los que destacan: Historia Sociocultural de la Economía Venezolana (2011), Del Capitalismo al Socialismo del Siglo XXI- Perspectiva desde la Antropología Crítica (2012), El Alba de la Sociedad Venezolana (2013). En coautoría con Iraida Vargas Arenas escribió los libros: Hacia una teoría de la sociedad comunal (2019), La fragua del bravo pueblo (2018), La larga marcha hacia la sociedad comunal (2015), entre muchos otros.

Iraida Vargas Arenas

 (Maracay, estado Aragua, 1942)

Antropóloga por la Universidad Central de Venezuela, Magíster en Historia Contemporánea de Venezuela, Doctora en Historia  y Geografía Cum Laude por la Universidad Complutense de Madrid. Se ha desempeñado como docente en universidades de España, México, Costa Rica y Colombia. Es investigadora emérita por parte del Ministerio del Poder Popular para la Ciencia, la Tecnología y la Innovación en nuestro país y colaboradora científica del Smithsonian Institution de Whashington DC. Desde 1967 ejerció la docencia y la investigación en el Instituto de Investigaciones de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales de la UCV. Se ha desempeñado como investigadora en el área de Arqueología del Departamento de Sociología y Antropología de la Universidad de Los Andes, Mérida, Venezuela. Académica y conferencista dedicada al estudio de las gestas emancipadoras en Latinoamérica y el Caribe con enfoque de género. Impulsora de las teorías feministas en contextos socio políticos progresistas. Su intenso trabajo intelectual ha significado un gran aporte a la historia revisitada de Venezuela.

Ha publicado libros y artículos científicos en revistas especializadas tanto nacionales como internacionales. Autora y coautora de numerosos libros, su trabajo investigativo ha sido reconocido con el Premio Municipal de Literatura, mención ensayo Manuel Díaz Rodríguez, 1974; la Orden al Mérito Académico Dr. José María Vargas de la UCV, 1ra. Clase, 1993; y el Premio Nacional de Cultura, mención Humanidades, 2008. Entre sus trabajos de investigación se encuentran Arqueología, ciencia y sociedad (1990); Historia, identidad y poder (1993); La historia como futuro (1999); Historia, mujer, mujeres: origen y desarrollo histórico de la exclusión social en Venezuela: el caso de los colectivos femeninos, (2006); y en coautoría con Mario Sanoja, ha publicado los libros: La larga marcha hacia la sociedad comunal (2015), Razones para una revolución (2007) y Del rentismo al socialismo comunal bolivariano (2019), entre muchos otros. Así mismo, más recientemente se han reeditado los títulos: El agua y el poder. Caracas y la formación del estado colonial caraqueño 1567-1700; Resistencia y participación. La saga del pueblo venezolano; Antiguas formaciones y modos de producción venezolanos; Los hombres de la yuca y el maíz y una primera edición de Venezuela en su camino hacia el socialismo bolivariano.

Carmen Clemente Travieso

(Caracas, 1900 – 1983)

Escritora, periodista, ensayista, investigadora, militante y activista por los derechos de la mujer. Precursora del feminismo en Venezuela. Hija de Lino Clemente y Mercedes Eugenia Travieso, era la bisnieta del prócer de nuestra independencia, Lino de Clemente. Fue ávida lectora desde muy pequeña, iniciándose en las letras al elaborar historias propias a partir de los cuentos que su abuela Trinidad Domínguez de Travieso le narraba. Labró una amistad entrañable con el poeta, humorista, político y abogado Andrés Eloy Blanco, que permaneció hasta la muerte del escritor. Primera mujer en obtener el título de reportera en la Universidad Central de Venezuela, iniciándose en este oficio en 1944 al ingresar al diario Últimas Noticias. Escribió para los impresos Hoy, El Nacional, El Universal, Ahora, Últimas Noticias y en las revistas Élite, Páginas y Estampas. Su primer artículo publicado el 31 de marzo de 1936 por el periódico Ahora, estuvo dedicado a la exhortación de las mujeres venezolanas en la defensa de sus derechos sociales, económicos y políticos.  También fue la primera mujer postulada por un partido político para ejercer un cargo de elección popular, siendo candidata del Partido Comunista de Venezuela a la Asamblea Nacional Constituyente de 1946, donde las mujeres votaban por primera vez.

Pionera en la actividad periodística venezolana y como militante de izquierda, luchó contra la férrea dictadura de Juan Vicente Gómez, en apoyo a la Generación del 28, convirtiéndose en un símbolo femenino de combate, que irrumpe en los albores del siglo XX.

Estuvo activa en la reproducción, distribución y redacción de periódicos como El Imparcial, La Boina y el diario El Martillo, órgano difusor del Partido Comunista del que forma parte, creando en 1930 su primera célula femenina junto a Margot García Maldonado y Josefina Juliac. Funda la Asociación Cultural Femenina, que proponía reformas al Código Civil a favor de derechos equitativos entre hombres y mujeres, y crea la Casa de la Obrera, donde se impartían clases y se debatían temas de interés mediante la participación popular con foros y conferencias. Entre 1936 y 1948 publicaba en su página Cultura de la mujer, artículos en el contexto del insipiente feminismo de la época, cuya óptica particular se decantaba por una lucha propia, evitando la competitividad con el hombre.

Publicó los títulos: Mujeres venezolanas y otros reportajes (1951), Teresa Carreño (1953), Las Esquinas de Caracas (1956), Mujeres de la Independencia (1965), Anécdotas y leyendas de la Vieja Caracas (1971) y La Mujer en el Pasado y en el Presente (1976). Gana el Premio otorgado por la Asociación Venezolana de Periodistas en 1948, obtiene el Diploma de Honor y Medalla al Mérito Avepista en 1966 y recibe la Medalla de pionera, conferida por el Colegio Nacional de Periodistas en 1981.